Realizan labores de conservación en la ‘Roca de la fundación’, texto jeroglífico maya recién descubierto en Cobá

Hace unos meses, durante un recorrido de superficie, la arqueóloga Ana Calderón advirtió una escalinata esculpida en la pendiente que, al despejarse, resultó ser la parte lateral de uno de los textos jeroglíficos más extensos registrados en la Zona Arqueológica de Cobá, en Quintana Roo. La Secretaría de Cultura federal, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), ha tomado medidas para preservar este monumento, de cerca de mil 500 años de antigüedad, bautizado como la Roca de la fundación.

A punto de finalizar la temporada de campo del proyecto arqueológico en este sitio, el cual dirige el coordinador del salvamento arqueológico que acompañó la construcción del Tren Maya, Manuel Eduardo Pérez Rivas, el equipo de conservación de la iniciativa, vinculada con el Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas (Promeza), ha logrado estabilizar el soporte pétreo en el que está inscrito el texto maya, el cual, entre otros aspectos, ha revelado nombres de sitios, gobernantes y deidades que no se tenían identificados en el corpus de inscripciones de Cobá.

La responsable de los trabajos de conservación-restauración, Eunice Corazón Peralta de Dios, y el epigrafista Octavio Esparza Olguín, coinciden en que varios pasajes son difíciles de leer debido a la erosión de la roca y a las concreciones de sales adheridas a su superficie. No obstante, el registro in situ del monumento, así como el análisis de los modelos tridimensionales y las fotografías con luz rasante han ofrecido detalles sutiles que abonan a la comprensión del texto, el cual abarca 4.30 metros de ancho por 3.50 de alto, y se compone de 123 cartuchos jeroglíficos, dispuestos en 12 columnas y 13 filas.

La restauradora del proyecto Promeza Cobá, Eunice Corazón Peralta, comenta que la atención de la Roca de la fundación fue la más compleja de los 31 elementos intervenidos en esta temporada, la mayoría esculpidos: 23 estelas, un altar y un panel, así como cinco de carácter arquitectónico: un templo superior, pinturas, un talud y una escultura que representa las fauces de una serpiente.

La roca esculpida se localiza en la pendiente de una aguada, a 160 metros del conjunto arquitectónico Nohoch Mul, y fue objeto de un diagnóstico que arrojó diversos factores de deterioro, derivados del contexto de enterramiento de más un milenio: crecimiento de árboles, concreciones de tierra, nidos de insectos y presencia de microorganismos, entre otros.

Los procesos que más afectan son las capas duras de carbonatos, así como la alveolización, es decir, la piedra caliza presentaba degradación en forma de alvéolos, cavidades que se encontraban, inclusive, a 12 centímetros por debajo de la superficie pétrea, las cuales se desarrollaron con el paso de los siglos por el arrastre de materiales y la acidez derivada del crecimiento de plantas y raíces.

Con la asistencia de los también restauradores Carolina Segura Carrillo, Luis Anzaldo y Carlos López Monroy, y un equipo de colaboradores técnicos, se implementó un minucioso proceso de limpieza en húmedo y en seco; además, se eliminaron las raicillas que había al interior de la roca.

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